Reseñas: Los Espantapájaros también pueden volar

Reseñas: Los Espantapájaros también pueden volar

28 Junio 2009
En “Autobiografía de un espantapájaros. Testimonios de resiliencia: el retorno a la vida”, Boris Cyrulnik muestra una serie de testimonios en torno a uno de los conceptos más revolucionarios de la psicología actual: la resiliencia.
Daniel Carrillo... >
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Sin caer en las recetas livianas y obvias de los manuales de autoayuda, “Autobiografía de un espantapájaros. Testimonios de resiliencia: el retorno a la vida” es un ensayo serio que, sin embargo, no teme por ningún motivo abrir sus páginas a la ilusión y al optimismo.
Con más de 35 años dedicados a la psiquiatría, Boris Cyrulnik –también neurólogo y psicoanalista- es actualmente uno de los nombres clave de la teoría y práctica de la resiliencia a nivel mundial.
Como se trata de un concepto de moda las sospechas de charlatanería editorial ante un título de esta naturaleza son esperables. Claro que, párrafo a párrafo, Cyrulnik va disipando los mantos de desconfianza de los más escépticos –entre los que me incluyo- y termina relatando un buen puñado de historias que humanizan los principales aspectos de sus postulados teóricos.
No por nada, “Autobiografía de un espantapájaros” obtuvo el Premio Renaudot al mejor libro de ensayo publicado en Francia en 2008, colocando su firma dentro de un largo listado de próceres de la literatura gala, como Céline, Georges Perec y Daniel Pennac.
Yendo a lo básico, la resiliencia vendría a ser como el antídoto que rompe el determinismo que se supone “debe” regir la vida de quienes sufrieron traumas o tragedias. En el fondo, es una capacidad para sobreponerse a las heridas y reinventarse, adoptando una conducta vital positiva.
Eso fue lo que, por ejemplo, hizo Émilie –nacida en plena Segunda Guerra Mundial- cincuenta años después oír de boca de su padre adoptivo la siguiente confesión: “Tu madre era una puta. Te abandonó para irse con un soldado alemán”. Tras arrastrar por décadas un mudo sufrimiento, ya pronta a jubilarse, la mujer decidió indagar en sus orígenes. Lo que llega a descubrir es un bello tesoro: una gran historia de amor entre una joven francesa –su madre- y un joven alemán alistado para la guerra –su padre-. Esta nueva representación hizo cambiar paralelamente el sentimiento que tenía hacia sí misma, marcado por el dolor y la vergüenza.
Pero también hay casos en que eso no ocurre, como lo testimonia Akayesu, un niño que vio cómo su padre –de raza hutu- mató con un hacha a su tía –tutsi, al igual que su madre- durante el genocidio de Ruanda, en 1994.
Acabada la matanza, los padres de Akayesu se convirtieron en la pareja símbolo de la reconciliación nacional. Para no manchar esto, el pequeño optó por no contar nada sobre el crimen y terminó enmudeciendo, sometido a la tragedia.
De ahí, el valor que Cyrulnik otorga a los propios relatos, que no son una vuelta al pasado, sino que una reconciliación con la propia historia. “Se trata de dar forma a una imagen, de repararla, de dar coherencia a los acontecimientos, de sanar una herida injusta. La elaboración de un relato propio colma el vacío de los orígenes que perturbaba nuestra identidad”.
En resumen, las 248 páginas de “Autobiografía de un espantapájaros” son una invitación a conocer casos en donde la adversidad y las heridas sufridas no necesariamente sellan el destino de los seres humanos. Y es que, dentro de cada uno de nosotros parece habitar esa capacidad mágica para “hacer algo con ese sufrimiento, utilizar la necesidad de comprender para trascenderlo y convertirlo en un proyecto social o cultural”, actitud que es, a fin de cuentas, el impulso básico para la resiliencia.