Encupidizados, Capítulo I

Encupidizados, Capítulo I

17 Marzo 2008
Eran las 15:00 horas de uno de los últimos días de marzo. Antonio caminaba lentamente por la Plaza de Armas mientras la lluvia caía cual finas plumas de agua mineral y las hojas se desprendían de los árboles danzando al compás del vals otoñal...
Gilberto Palacios >
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Eran las 15:00 horas de uno de los últimos días de marzo. Antonio caminaba lentamente por la Plaza de Armas mientras la lluvia caía cual finas plumas de agua mineral y las hojas se desprendían de los árboles danzando al compás del vals otoñal del viento.
Sin previo aviso se dirigió hasta él una mujer perfectamente angelical. Su tez morena tenía el nutritivo acento de la tierra húmeda; sus ojos, plenamente verdes, el apogeo del plancton en una paradisiaca playa caribeña; y su cabello -¡oh, cómo describirlo!- una personificación arrebatadora de ébano sedoso.
Fue un encuentro tan saturado de magia blanca que desde aquel instante supo que había encontrado la dicha de sus futuros cumpleaños. Presa de un refulgente frenesí, el alma de Antonio ascendió a la cumbre de la montaña que bombea sangre para capturar entre sus manos el arco iris. Fue así como siguió a su primera musa de carne y hueso por más de dos horas.
Al alcanzarla en una esquina, Cupido había concluido su obra más perfecta. Ambos se reconocieron como costilla de una misma anatomía y en sus cuellos, los nuevos ilativos para la gramática del corazón, colgaron el par inmaculado del éxtasis ruborizado del cielo...
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